lunes, 8 de julio de 2013

Como un fantasma

Lo tengo claro. Si yo fuera el maquinista de ese tren que se acerca, pasaría por aquí a todo vapor, con la palanca adelante a tope y el regulador calado hasta la empuñadura. O con todo el paralelo metido en el controller, tirando de amperios por un tubo,…o por un pantógrafo, mejor. O en el punto ocho, con el motor rugiendo detrás de mí como un hambriento tigre de Bengala...


Yo, no lo dudéis, pasaría -como hace este otro de más abajo- a toda pastilla: ‘at full throttle’, que diría un castizo,…..inglés.


Y es que a Quintanilla de las Carretas, a Quintanilleja, -como así consta aún en su maltrecha estación- hay que dejarla atrás cuanto antes. Sin duda. Porque este remoto paraje castellano es –ha sido- uno de los puntos negros, negrísimos, del ferrocarril español. 

Su historia trágica comenzó a escribirse al filo de la medianoche del 23 de septiembre de 1891, al chocar frontalmente el mixto 21 que había salido de Madrid a las 08.57 con destino Burgos y el expreso 4 (‘El Segundo Expreso del Norte’), que había salido a las 15.20 de San Sebastián con destino Madrid, en el punto kilométrico 366.040, situado en una curva de 4.000 metros de radio a poco más de tres kilómetros de suave pendiente desde Burgos.[i]

La extraordinaria violencia del choque produjo 15 muertos y 25 heridos, entre los que se encontraban –viajeros del expreso- muchos  turistas, políticos y aristócratas que, con sus familias,  volvían del veraneo en el País Vasco: tal fue el caso del exministro Canalejas, ileso en el choque y activo colaborador en la atención a los heridos. [ii]


Por parte del mixto, todos cuyos viajeros resultaron ilesos, dos circunstancias contribuyeron a mitigar las consecuencias del accidente: por un lado, el que los primeros vagones, que amortiguaron el impacto, fueran de ganado, con ovejas y toros de lidia, muchos de los cuales finiquitaron su vida de un modo mucho más prosaico -menos vistoso, desde luego- que el que les esperaba en el coso. 




Y por otro el referido como heroico comportamiento de su gallardo maquinista, el joven vizcaíno Pedro Jaca –jaca, toros, vocablos que con amarga ironía evocan fiesta en medio de la tragedia- quien, tras detener su tren al presentir el inminente choque y alertar a los pasajeros para que pudieran resguardarse, encontró  la muerte en la cabina de la máquina aferrado a la palanca, llevando a tope el contravapor con el fin de minimizar el efecto del impacto. Fue la única víctima mortal del mixto.[iii][iv][vii]





La presencia de la reina regente María Cristina y sus hijos en una misa de réquiem en la catedral de Burgos el 13 de octubre da idea de la trascendencia nacional que tuvo el accidente. Tras la investigación oficial y un largo proceso judicial cuya sentencia se dictó el 25 de mayo de 1894, confirmada por otra del Tribunal Supremo de 20 de marzo de 1896, se consideró culpable a C.M.A. Jefe interino de Burgos  -¡ay!, las interinidades- por la expedición errónea del expreso sin haber recibido al mixto[v]

Ha sido lugar común durante mucho tiempo justificar este fatídico error del agente al confundir por su relativamente parecida ortografía Quintanilleja –colateral sur de Burgos- con Quintanapalla –colateral norte. Sin embargo, la revisión de los varios telegramas reglamentarios intercambiados entre Burgos y Quintanilleja, invitan a descartar tal hipótesis: no resulta fácil entender -¿un desgraciado despiste?, no excepcional en la historia del ferrocarril- que sin haber aún recibido al mixto, se diera salida desde Burgos  –hacia un mortal encuentro- al expreso.

Pero no, no termina ahí la historia negra de Quintanilleja: ya os dije que era un punto negrísimo de la red ferroviaria  [vi].  Años más tarde, en la madrugada del 9 de diciembre de 1925, el mixto número 32 que había salido a las seis de la mañana de Estépar, colateral sur, antes de llegar a Quintanilleja chocó con una máquina averiada en mitad de la vía que esperaba para su apartado, descarrilando la locomotora y sus seis coches.

Cuando tras el choque se hacían esfuerzos para liberar, atrapados bajo la máquina, al fogonero y al maquinista del mixto –quien encontró al fin la muerte cuando se estrenaba como autorizado en su primer viaje-, procedente de la misma dirección se precipitó sobre el informe montón de restos nada menos que el expreso de Madrid, acabando de descomponer una, por lo demás, ya suficientemente caótica -catastrófica- escena.


No he podido precisar en las hemerotecas consultadas las víctimas totales de este otro accidente. Da igual: con lo sabido basta y sobra. Al paso por Quintanilleja –no cabe duda- hay que estar bien atento a las señales: no conviene despistarse lo más mínimo.  Quizás por ello hayan crecido aquellas amapolas junto a la señal baja de la vía de apartado: la Naturaleza, escarmentada aquí de tragedias, refuerza con el rojo rabioso de sus flores la imposición de parada. Por si las moscas.

Entenderéis ya, por fin, por qué, si yo fuera el maquinista de este tren pasaría por Quintanilleja a toda mecha, como una exhalación; pasaría, os lo aseguro, como alma que lleva el diablo. Sí, como un fantasma.

JRS. Julio de 2013.




[i] Diario El Liberal, 30 de septiembre de 1891. Nº 4465. 
[ii] El Heraldo de Madrid, 24 de septiembre de 1891.
[iii] Diario de Burgos.es ‘Los trenes de la muerte’, 3 de julio 2013
[iv] La Guardia Civil en Burgos a través de la fotografía histórica. Ministerio del Interior.
[v] Apendice 2 a los Caminos de Hierro del Norte de España
[vi] Diario El Sol, Madrid. 10 de diciembre de 1925. 
[vii] Diario ABC. Blanco y Negro. 18 de Octubre de 1891.
Fotos JRS